En el Día Mundial del Teatro, el Director del Teatro
Nacional Cervantes propone una reflexión sobre el "hecho teatral"
y la nueva situación que nos toca vivir a raíz del aislamiento social.
Si pensáramos que el teatro es solo el encuentro de un grupo
de artistas con su público dentro de un espacio físico que damos en llamar
salas teatrales… ¿qué sucede con esta actividad cuando ésta situación entra
en suspenso?, ¿deja de existir el teatro?, ¿también se suspende el estatus
que cada quien posee en cuanto potencial público?¿Qué sucede con los
actores, qué con las actrices?, ¿qué hacer con los textos que no podrán ser
dichos desde un escenario hacia una platea? ¿Dónde se alojan las imágenes
que nos provocan cientos de miles de escenas? ¿Dónde se instalan las miradas
de los directores sobre sus elencos?
Todas preguntas, las anteriores, que bien podemos
formularnos en esta pausa que nos genera el aislamiento social preventivo.
El Teatro, esa actividad humana tan antigua como nuestra
civilización, ha sobrevivido a lo largo de siglos. Se ha sobrepuesto a la
estupidez, la locura y esa impresionante capacidad de daño que posee el
Hombre.
Por qué no ha desaparecido esa práctica intrínsicamente
social, y no solo esto, por qué ha evolucionado a estadios que nosotros
hoy, habitantes de la pos modernidad, contemplamos y disfrutamos cual si
fuéramos aquellos lejanos ciudadanos griegos.
La o las respuestas, con seguridad, son tan variadas y
numerosas, que hoy omitiremos su desarrollo.
Solo arriesgar la hipótesis que el arte de la representación
es tan fascinante a nuestra vista, tan esencialmente humano y tan arraigado
a la expectativa de lo divino, que seguirá existiendo y desarrollándose por
el resto de nuestra existencia y hasta el fin de los tiempos.
Es simplemente por ello que hay que celebrar el Teatro. Y a
quienes lo hacen. Quienes actúan y quienes observan. Quienes sufren por él
y quienes disfrutan.
Celebremos, mientras esperamos salir de nuestros hogares y
asistir a nuestra próxima obra.
Lic. Rubén D'Audia
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